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caballero linajudo por lo menos.
El cálculo de las tías respecto al matrimonio de Ana no se
había modificado a pesar de la gran hermosura de su sobrina. Por
guapa no se casaría con un noble; era preciso abdicar, dejarla
casarse con un ricacho plebeyo. Entretanto, se necesitaba mucha
vigilancia y tener advertida a la niña.
-En el gran mundo de Vetusta -decía doña Anuncia- es preciso
un ten con ten muy difícil de aprender.
Aunque la explicación de este equilibrio o ten con ten era un
poco embarazosa, y más para una señorita que oficialmente debía
ignorarlo todo, y en este caso estaba doña Anuncia, convinieron
las hermanas en que era indispensable dar instrucciones a la
chica.
Pocas veces se permitía Ana manifestar deseos, gustos o
repugnancias, y menos éstas, tratándose de los gustos y
predilecciones de sus tías; pero una noche no pudo menos de
expresar su opinión al volver sola de la tertulia íntima de
Vegallana.
-¿Te has divertido mucho? -preguntó doña Anuncia, que se
había quedado en el comedor, junto a la gran chimenea, leyendo
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La Regenta
el folletín de Las Novedades. (Era liberal en materia de
folletines).
-No, señora; no me he divertido. Y no quisiera volver allá sin
alguna de ustedes. Cuando voy sola...
-¿Qué? -exclamó doña Anuncia, invitando a su sobrina con el
tono áspero de aquel monosílabo a que no profiriese censura de
ningún género contra la tertulia de su predilección.
-Cuando voy sola... me aburren demasiado aquellos
caballeritos.
No era esto lo que quería decir. Bien lo comprendió su tía;
pero quería más claridad y replicó:
-¡Aburren!¡Aburren! Explíquese usted, señorita. ¿Es que le
parece poco fina la sociedad de Vetusta?
Por el usted y la ironía comprendió Ana que doña Anuncia se
había disgustado.
-No es eso, tía; es que hay algunos... muy atrevidos... No sé
qué se figuran. Ustedes no quieren que yo sea oscura, seria,
huraña...
-Claro que no...
-Pues que no sean ellos atrevidos. Si Obdulia les consiente
ciertas cosas... yo no quiero, yo no quiero.
-Ni yo quiero tampoco que tú te compares con Obdulia. Ella
es... una cualquier cosa, que no sé cómo la admiten en la tertulia;
y por darse tono, por decir que es íntima de la marquesa y de sus
hijas, pasa por todo. Tú eres de la clase.
-Es que no sólo Obdulia es la que tolera... lo que yo no quiero
tolerar. Las mismas Emma, Pilar y Lola consienten confianzas...
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Leopoldo Alas, «Clarín»
-¡No me toques a las hijas del marqués! -gritó la tía,
poniéndose en pie y dejando caer el Werther sobre la raída
alfombra.
«Soy una bestia -pensó-; debí haber callado». Cada vez que
faltaba a su propósito de no contradecir a las tías, sentía una
especie de remordimiento, como el del artista que se equivoca.
Entró doña Águeda. Había oído la conversación desde el
gabinete. Las dos hermanas se miraron. Era llegada la ocasión de
explicar lo del ten con ten.
-Oye, Anita -dijo con voz meliflua la perfecta cocinera-; tú
eres una niña; y aunque nosotras poco sabemos del mundo,
tenemos alguna experiencia, por lo que se observa.
-Eso es; por lo que observamos en los demás.
-En el mundo en que has entrado, y al que perteneces de
derecho, es necesario... un ten con ten especial.
-Un ten con ten, eso.
-Sobre todo en el trato con los hombres. Tú habrás notado que
en público los de la clase jamás faltan a la más estricta y
meticulosa... eso, decencia.
-Que es lo principal -dijo doña Anuncia, como quien recita el
decálogo.
-Nunca habrás visto a Manolito, ni a Paquito, ni al baroncito,
ni al vizconde, ni a Mesía, que no es noble, pero anda con ellos,
propasarse en lo más mínimo... Pero en el trato íntimo, el que no
es más que de la clase, ya es otra cosa.
-Otra cosa muy distinta -dijo doña Anuncia, comprendiendo
que a ella, por mayor en edad, le tocaba seguir explicando el ten
con ten.
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La Regenta
-Como todos somos parientes -continuó- de cerca o de lejos,
nos tratamos como tales; y ni porque se te acerquen mucho para
hablarte, ni porque hagan alusiones picarescas, y siempre llenas
de gracia, a la hermosura de tus hombros, a lo torneado de lo
poco, poquísimo de pantorrilla que te hayan visto al bajarte del
coche; por nada de eso, ni aun por algo más, con tal que no sea
mucho, debes asustarte, ni escandalizarte, ni darte por ofendida.
-De ninguna manera -apoyó doña Águeda.
-Lo contrario es dar a entender una malicia que no debes tener.
Tu inocencia te sirve para tolerar todo eso.
-Así hacen Pilar, Emma y Lola.
-Pero...
-Pero, hija...
-Pero, si lo que no es de esperar...
-De ninguna manera...
-Alguno se propasase a mayores, lo que se llama mayores,
sobre todo, tomándolo en serio y obsequiándote (palabra de la
juventud de doña Anuncia), obsequiándote en regla, entonces no
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