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 No importa. Le he dicho a usted que la conserve. Busque en la aldea una
mujer para la limpieza. Mis gastos han de reducirse inmediatamente. La he
llamado a usted para que cumpla mis órdenes, no para que las discuta.
Vuelvo a repetirle que despida a todos menos a Margarita. Es una mula y
trabajar como una mula.
 Me permito hacer observar al seor nicamente que los criados
despedidos de esta forma tienen derecho a un mes de gratificación.
 Pues bien, que se les d el mes. Esto me ahorrar un mes de glotonera y
despilfarro. En la cocina se hace lo que se quiere.
Esta observación era una injusticia que se me haca en mi celo por los
intereses de la casa. Unicamente la caridad cristiana, en atención al estado
de las seoras, me impidió presentar en aquel momento la dimisión de mi
cargo. No queriendo rebajarme a ms, me levant diciendo:
 Dada su ltima observación, no tengo nada ms que decir. Se le
obedecer en todo lo que ordene.
Y con una inclinación de cabeza, sal.
Al da siguiente se marchó toda la servidumbre. Quedamos solamente
Margarita, el jardinero, que tenla casa en el parque, y yo. Con el castillo en
aquel estado, Lady Glyde enferma en su habitación y la seorita Halcombe
tan dbil como un nio y sin mdico, no era extrao que la melancola se
apoderase de m y con todas mis fuerzas deseara perder de vista para
siempre aquel castillo tenebroso.
II
El siguiente acontecimiento fu mi partida, y se verificó segn estas
extraas circunstancias.
Dos das despus de haberse marchado los criados, el seor me volvió a
llamar. Sobresaltada, obedec y me present otra vez en la biblioteca. Esta
vez hallbase presente el conde, y l fu quien comenzó a hablar,
dicindome que haban resuelto, de acuerdo con el dictamen del mdico,
que las dos enfermas pasaran la convalecencia y una temporada en
Torquay; que, por otra parte, era indispensable que una persona de gusto y
de competencia fuera primero all a prepararlo todo; que era necesario,
sobre todas las cosas, conocer las costumbres de las dos seoras, con objeto
de alquilar una casa que reuniera las necesarias ventajas; nadie poda ser
esa persona sino yo, y me rogaban por esta razón, en inters de las
enfermas, que me trasladara inmediatamente a aquel lugar.
No hubiera sido posible hacerme nunca tina proposición tan desagradable.
No obstante, hice algunas objeciones para abandonar el castillo, y la
principal fu el dejar a las enfermas sin otros cuidados que los de la torpe
Margarita. Los dos seores afirmaron que por unos das se valdran como
pudieran, y que no se separaran un solo momento de las enfermas. Estas
palabras, y el convencimiento de que nadie desempeara tan
acertadamente el cometido que me haban indicado, me hicieron responder
que estaba dispuesta a cumplir inmediatamente las órdenes que se me
dieran.
Se acordó que marchara al da siguiente por la maana. Que en dos das, a
lo sumo, visitara las casas que estuvieran por alquilar y que volvera
inmediatamente hubiera encontrado alguna que conviniera. Sir Percival me
dió una nota con las ventajas que haba de reunir, y el precio mximo al
que se poda llegar. Al leer esta nota y el precio que en ella se sealaba tuve
la seguridad de no poder alquilar ninguna casa en ninguna estación termal
de Inglaterra. Se lo comuniqu as, pero ellos insistieron y no se discutió
ms. Con la seguridad de las dificultades de mi cometido, me dispuse a
marchar. Iba a llevar a cabo un imposible.
Antes de partir, quise cerciorarme de que la seorita Halcombe continuaba
mejor. En su rostro vi pintada una expresión de ansiedad y angustia. Estaba
demacrada y daba pena verla en ese estado. Sin embargo, su cabeza estaba
ya despejada. Me dió carnosos saludos para su hermana, recomendndola
que estuviera tranquila y no perdiera as lo que haba ganado. Sosegada, la
dej al cuidado de la seora Rubell, tan silenciosa como siempre. Cuando
llam a la puerta de la habitación de la seora, me abrió su ta y me dijo
que en aquel momento descansaba un poco. Por esta razón no pude
despedirme de ella.
En todo lo que duró mi viaje no dej de pensar en los extraos sucesos que
haban ocurrido en el castillo, y estas circunstancias me parecieron
sumamente extraas, ya que no sospechosas. Claro qu yo, en mi situación,
no poda cambiarlas. El resultado de mis gestiones fu exactamente el que
haba previsto. Volv al castillo y di cuenta de ellas a Sir Percival. El seor
me recibió a la puerta, y all le comuniqu lo intil de mi jornada. Me
pareció muy preocupado, y no dió importancia alguna al desgraciado xito
de mi empresa. Me dijo nicamente que durante mi ausencia se haba
producido otro acontecimiento. Me comunicó que los condes se haban ido
definitivamente a su hotelito de las afueras de Londres, pero no me explicó
el motivo de la inesperada marcha. Le pregunt si la seora tenia a alguien
a su servicio, y me repuso que a Margarita y que una mujer de la aldea
realizaba el trabajo de la cocina.
Estas contestaciones me escandalizaron. No poda concebir que Margarita
quedara como doncella y confidente de la seora. Fui a su cuarto y
encontr a la doncella instalada en el saloncito, pues la seora no [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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