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deseaba zafarse . Esta noche, a las once..., todos los soldados y guardias fuera de las
calles... Olegnya les dirigir una arenga. Y ahora, por favor, Hisvin, tengo que ir en
seguida a...
 ...a contemplar cómo azotan a una sirvienta  concluyó Hisvin en tono neutro. Clavó
de nuevo sus uas en el brazo de Glipkerio y aadió : Esprame sin falta a las doce
menos cuarto en tu Cmara Azul de Audiencias, desde donde subir al minarete azul para
pronunciar mi hechizo. Debes estar all en persona..., con varios de tus pajes para que
transmitan un mensaje de tranquilidad a tu pueblo. Procura que les provean de varas de
autoridad. Yo traer a mi hija y su sirvienta para que te serenen..., y' tambin a una
compaa de mis esclavos mingoles para que refuercen a tus pajes si es necesario. Ser
mejor que ellos tambin dispongan de varas de autoridad, y adems...
 S, s, mi querido Hisvin  le interrumpió Glipkerio balbuceando con desesperación
. Te estoy muy agradecido... Frix e Hisvet son inmejorables... A las doce menos cuarto...,
la Cmara Azul..., pajes..., varas..., varas para los mingoles. Y ahora debo apresurarme...
 Adems  continuó Hisvin implacablemente, sus dedos como una trampa con
pas . Ten cuidado con el Ratonero Gris! Ordena a tus guardias que estn prevenidos!
Y ahora... ve a disfrutar de tus pasatiempos flagelatorios  aadió en tono ligero,
separando sus córneas uas del brazo de Glipkerio.
El Seor Supremo se frotó el brazo magullado, sin darse apenas cuenta de que estaba
libre, y siguió balbuceando:
 Ah, s, el Ratonero..., mal tipo! Pero los dems..., bien, muy bien! Muchsimas
gracias, Hisvin! Y ahora debo darme prisa...
Se volvió y dio un paso increblemente largo.
 ... a ver una sirvienta...  repitió Hisvin sin poder resistirse.
Como si estas palabras se le hubieran clavado en la espalda, Glipkerio dio media
vuelta y replicó con cierta energa:
 Voy a ocuparme de asuntos de la mayor importancia! Tengo ms armas secretas
que la tuya, anciano..., y tambin otros hechiceros!
Dicho esto, se envolvió en su toga negra y partió a grandes zancadas.
Hisvin ahuecó las manos alrededor de sus labios arrugados y le gritó en tono zalamero:
 Confo en que tu asunto se retuerza deliciosamente y chille del modo ms relajante,
valiente Seor Supremo!
El Ratonero Gris mostró su anillo de correo a los guardianes en la entrada del palacio
por la parte de tierra, ante la puerta en el muro de losetas opalescentes. Haba temido que
el anillo no le sirviera de nada, pues Hisvin muy bien podra haber puesto en su contra al
bobo de Glip durante los dos ltimos das. En cualquier caso, los guardianes le miraron de
soslayo y le hicieron esperar lo suficiente para que el menudo aventurero experimentara a
fondo su resaca y se jurase que nunca volvera a beber tanto y con tales mezclas de
licores. Tambin se maravilló de su estupidez y su buena suerte la noche anterior, cuando
se aventuró a travs de las calles ms oscuras infestadas de ratas y regresó
tambalendose, completamente borracho, a casa de Nattick, sin caer en otra emboscada
de las ratas. Por fin encontró el frasco de Sheelba en casa de Nattick, resistió el impulso
de beber su contenido mientras estaba achispado y recibió aquella nota alentadora y
excitante de Hisvet. En cuanto hubiera concluido el asunto que le haba llevado all, ira
directamente a casa de Hisvin y...
Un guardin regresó de alguna parte y asintió speramente, franquendole la entrada.
El sarcstico tercer mayordomo, que era un viejo camarada de chismorreo del
Ratonero, le informó que el Seor Supremo de Lankhmar estaba reunido con su Consejo
de Emergencia, del que ahora formaba parte Hisvin. El Ratonero resistió el potente
impulso de exhibir su magia sheelbiana contra las ratas ante los notables de Lankhmar y
en presencia de su rival, el hechicero ms poderoso de la ciudad, aunque acarició
confiadamente el frasco negro que guardaba en su bolsa. Al fin y al cabo necesitaba que
las ratas se hubieran reunido previamente en un lugar para que el hechizo surtiera efecto,
y era preciso, sobre todo, que Glipkerio estuviera a solas para que surtiese efecto en l.
As pues, avanzó por los labernticos corredores del palacio para pasar una hora
escuchando o charlando, segn se presentara la oportunidad.
Como sola ocurrirle cuando mataba el tiempo, el Ratonero pronto se encaminó hacia la
cocina. Aunque detestaba a Samanda con todas sus fuerzas, se haba propuesto
astutamente cortejarla, pues conoca el poder de aquella oronda dama y le gustaban sus
setas rellenas y su vino con especias.
Los corredores por los que pasaba ahora, de losetas sin ningn diseo pero
impecables, estaban desiertos. Era ese momento de la tarde en que la comida ya se ha
digerido y la cena an no ha dado comienzo, y todo sirviente fatigado que puede
permitrselo se deja caer en un jergón o se tiende en el suelo. Por otro lado, la amenaza
de las ratas, sin duda, influa tanto en los criados como en su amo, los cuales preferan
abstenerse de paseos. Una vez creyó or un ligero crujido de pisadas a su espalda, pero
se disipó cuando volvió la cabeza y no vio a nadie. Cuando empezaron a llegarle los
olores que se desprendan de la comida, el fuego, las cacerolas, el jabón y el agua
usados para fregar los platos y el suelo, el silencio casi haba llegado a parecer
sobrenatural. Entonces, en algn lugar, una campana repicó rpidamente tres veces y la
spera voz de Samanda rugió de improviso: Fuera de aqu!. El Ratonero retrocedió a
su pesar. Unas cortinas de cuero se abrieron a pocos pasos de l y tres pinches de cocina
y una sirvienta salieron silenciosamente al corredor, sin que sus pies produjeran el menor
ruido a pesar de su apresuramiento. A la luz que se filtraba por las pequeas y altas
ventanas, parecan figuras de cera. Aunque evitaron al Ratonero, no parecieron verle, o
quiz obedecan a alguna disciplina inculcada a latigazos que les exiga mirar al frente.
Con tanto silencio como ellos, que ni siquiera podan hacer el ruido de un pelo al caer,
puesto que por la maana el barbero les haba dejado sin ninguno, el Ratonero se
adelantó y miró por la ranura en las cortinas de cuero. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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