[ Pobierz całość w formacie PDF ]

dos chicos Pawle. Confrontando esta proposición con la que acaba de anunciar, parece
que, si ellos lo matan a usted, es un asesinato, pero si nosotros los matamos, no lo es en
absoluto. Uno no puede dejar de pensar que un jurista, laico o eclesiástico, juzgaría una
tal proposición como éticamente inaceptable. Tampoco me siento convencido por su
argumentación referente a la «imagen». Si su Dios puramente terrestre sin duda tiene
usted razón, ya que, aunque la idea nos choque, no se puede negar que los Niños han
sido introducidos entre nosotros desde el «exterior», no pueden haber venido de otro
lugar. Pero, por lo que sé, su Dios es universal, es el Dios de todos los planetas y de
todos los soles. Así pues, participa de una forma universal. ¿No sería pues
monstruosamente presuntuoso creer que no pueda manifestarse más que en la forma que
es propia a este planeta, la cual por otro lado no es muy importante? Nuestros dos puntos
de vista son forzosamente muy distintos, pero...
Se interpuso ante el ruido de varias voces excitadas que se elevaban en el vestíbulo, y
echó una mirada interrogadora a su mujer. De todos modos, antes de que uno de ellos
tuviera tiempo de moverse la puerta se abrió violentamente y la señora Brant apareció en
el umbral. Después de un breve «perdón» dirigido a los Zellaby, se dirigió hacia el señor
Leebody y tomó del brazo.
- Venga en seguida, reverendo - susurró.
- Mi querida señora Brant... - empezó él.
- Tiene que venir, señor - repitió ella -. Se dirigen todos hacia la Granja. Quieren
incendiarla. Tiene que venir e impedírselo.
El señor Leebody la miró fijamente ella continuaba tironeándole del brazo. -
- Acaban de ponerse en camino - dijo ella desesperadamente -. Usted puede
detenerlos, tiene que detenerlos, reverendo. Quieren quemar a los Niños. Apresúrese, por
favor. Aprisa, aprisa. El señor Leebody se levantó. Se giró hacia Anthea Zellaby.
- Lo siento, creo que lo mejor sería... - comenzó, pero los tirones de la señora Brandt
cortaron en seco sus disculpas.
- ¿Acaso no han avisado a la policía? - preguntó Zellaby.
- Sí... No... No llegarían a tiempo. Apresúrese, reverendo, en nombre del cielo - dijo la
señora Brant, arrastrándolo hacia la salida.
Quedamos mirándonos los cuatro; luego, Anthea atravesó precipitadamente la estancia
y cerró la puerta.
- Creo que sería mejor que yo fuera a ayudarle - dijo Bernard.
- Nuestra ayuda puede serle útil - admitió Zellaby, levantándose.
Yo me preparé a seguirles. Pero Anthea se mantuvo resueltamente de pie, apoyada
contra la puerta
- No - dijo firmemente -. Si queréis hacer algo útil, telefonead a la policía.
- Podrías hacerlo tú, querida, mientras nosotros nos vamos...
- Gordon - dijo ella con voz severa, como si le regañara a un niño -, espera y reflexiona.
Coronel Westcott, hará usted más mal que bien está usted considerado como el protector
de los Niños.
Nos detuvimos ante ella, sorprendidos y un tanto avergonzados.
- ¿De qué tienes miedo, Anthea? - preguntó Zellaby.
- No lo sé. ¿Cómo podría saberlo? Salvo que es probable que lincharan al coronel.
- Pero eso es importante - protestó Zellaby -. Sabemos lo que los Niños pueden hacer
con alguien tomado individualmente; lo que quiero saber es cuáles son sus medios de
acción contra una multitud. Si se comportan según su naturaleza, simplemente ordenarán
a la multitud que vuelvan a sus casa. Será muy importante ver si...
- Eso no tiene sentido - dijo Anthea en un tono que no admitía réplica que hizo
parpadear a Zellaby -. Su «naturaleza» de que hablas es distinta, y tú lo sabes; de otro
modo hubieran hecho simplemente que Jim Pawle detuviera su coche y que David Pawle
detuviera su segundo tiro al aire, y sin embargo actuaron de otro modo muy distinto. No
se contentan con rechazar, siempre contraatacan.
Zellaby parpadeó nuevamente.
- Tienes razón, Anthea - dijo, sorprendido -. Nunca había pensado en ello. En efecto, la
respuesta es
siempre desmesurada con respecto al ataque.
- Exacto. Y sea cual sea el modo como actúen ante una multitud, no quiero que tú
formes parte de esta multitud. Ni usted tampoco, coronel - añadió, girándose hacia
Bernard -. Lo necesitaremos a usted para salirnos de esto de lo que usted es en cierto
modo algo responsable. Estoy contenta de que esté usted aquí; que haya al menos
alguien en el lugar de los hechos que pueda hacer un informe para las altas esferas.
- Quizá yo pudiera observar la cosa desde lejos - aventuré yo, sin convicción.
- Si tuviera usted el menor buen sentido se quedaría aquí y evitaría meterse en la boca
del lobo - dijo secamente Anthea; y, girándose hacia su marido -: Gordon, estamos
perdiendo el tiempo. Telefonea a Trayne e intenta saber si alguien ha avisado a la
policía... y pide también que envíen ambulancias.
- ¡Ambulancias! - protestó Zellaby -. ¿No crees que tal vez sea un poco prematuro?
- Yo no he sido el primero en hablar de su «naturaleza», pero no parece que la hayas
examinado muy a fondo - dijo Anthea -. Yo sí. Digo ambulancias, y si tú no las pides lo
haré yo.
Zellaby, con la sumisa actitud de un chiquillo, descolgó él receptor. Dirigiéndose a mí,
murmuró:
- Ni siquiera sabemos... Quiero decir, no tenemos más testimonio que las palabras de
la señora Brant...
- Por lo que recuerdo de la señora Brant, es una persona digna de fe - dije.
- Es cierto - admitió -. Está bien, telefoneemos.
Cuando terminó, colgó el auricular y lo miró pensativamente. Tras un momento, decidió
hacer una nueva tentativa.
- Anthea, querida, ¿no crees que, manteniéndome a una buena distancia...? Después
de todo, los Niños tienen confianza en mí. Son mis amigos, y...
Pero Anthea le interrumpió, con una seca decisión:
- Gordon, no intentes convencerme con falsos razonamientos. Simplemente sientes
curiosidad. Sabes muy bien que los Niños no tienen amigos.
CAPÍTULO XVIII - ENTREVISTA CON UN NIÑO
El jefe de policía del Winshire llegó a Kile Manor al día siguiente por la mañana, justo a
tiempo para tomar un vaso de Madeira y un bizcocho, cosa que aceptó de buen grado.
- Lamento molestarle con este asunto, Zellaby. Algo desastroso, realmente horrible.
Pierdo la cabeza pensando en ello. Y nadie en todo el pueblo parece capaz de explicarme
absolutamente nada. Espero que usted al menos pueda proporcionarme alguna
explicación plausible.
Anthea se inclinó hacia adelante.
- ¿Cuál es el número, Sir John? - preguntó -. ¿Cuál es el número de víctimas?
- Demasiado elevado, desgraciadamente. - Agitó la cabeza -, Una mujer y tres hombres
muertos; ocho hombres y cinco mujeres en el hospital, de los cuales dos hombres y una
mujer gravemente heridos; muchos que no están en el hospital deberían hallarse allí. Un
verdadero desastre desde todos los puntos de vista... todo el mundo emprendiéndola con [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • galeriait.pev.pl
  •